Un enorme castillo abandonado a su suerte hace miles de años, ahora comido por la maleza y el inexorable paso del tiempo. Una pila de cadáveres amontonados a las puertas del terreno. Un millar de cuervos graznando y aleteando en busca de carroña. Un hombre vestido de negro entrando cual rey y mirando a todos lados con una sonrisa siniestra. Su miedo moría, su ira helaba, su dolor quemaba, y sus víctimas se revolvían en lo más profundo de su conciencia.
—¡¡¡¡No!!!! —Se despertó sobresaltada y tardó más de un
minuto en convencerse de que todo había sido un sueño. Su respiración agitada,
el sudor cayendo a chorros por su cuerpo y la oscuridad reinante no eran una
ayuda en su intento de tranquilizarse.
Su padre, al oír el grito, corrió a la habitación de su hija
adolescente y, desde la puerta, la miró fijamente.
—¿Pasa algo? —le preguntó, con voz ronca.
—Ha sido una pesadilla. No te preocupes.
Él asintió y cerró de nuevo, pidiéndole con un gesto que
volviera a dormirse. Ella, sin embargo, prefirió levantarse y abrir la ventana
de la habitación. Su grito fue aún más ensordecedor cuando se encontró a su
hermano mayor ahorcado en un árbol. Su padre entró de nuevo a la habitación y
la lanzó por la ventana.
—Los sueños no son solo sueños —dijo, al tiempo que ponía
sus ojos en blanco, y los miles de cuervos comenzaron a graznar.
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